“Antes era común que en las plazas hubiera un organillero que tocaba música y que tenía un mono amarrado que bailaba para dar un espectáculo y que así la gente le diera algunas monedas.
“Pues resulta que el mono se sentía muy poderoso. Creía tener controlado al organillero. ‘Cada vez que bailo no puede hacer otra cosa que tocar el órgano’, pensaba.
“¡Ja! No se daba cuenta de que el encadenado era él.
“Nunca se dio cuenta de que el poder estaba en otro lado”.
Esta es la fábula que le cuenta el magnate de medios William Randolph Hearst a Herman J. Mankiewicz en la película Mank, de Netflix, que este domingo compite por 10 Óscares, incluyendo mejor película, director, actor principal y actriz de reparto (ve su trailer en nuestros sitios).
Mank cuenta la historia de este gran guionista, quien coescribió la afamada “Citizen Kane” junto con el brillante Orson Welles.
Herman J. Mankiewicz era un tipo genial, pero también era un borracho que no tenía pelos en la lengua. Si siempre decía lo que pensaba, ya con unas copas encima era de armas tomar.
Resulta que, ya pasado de tragos en una cena en “San Simeon” (el castillo Hearst en California), Mank pone en ridículo a su anfitrión, uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos.
Tras acompañarlo a la puerta, Hearst le cuenta esta fábula al guionista, a quien invitaba con frecuencia a estas cenas entre poderosos, que eran muuuy cotizadas.
Tras el desaguisado, no volvió a invitarlo y cortó relación con Mank.
Interesante anécdota para escribir sobre el poder.
Se me ocurren, por lo menos, un par de reflexiones.
La primera tiene que ver con quién realmente lo tiene. Porque a veces es fácil confundirse como el changuito. No prestar atención a quién controla la cadena, quién toca la música y quién baila.
Porque controlar recursos es un claro signo de poder.
Por ejemplo, es conveniente y fácil para “el pueblo sabio” sentirse empoderado cuando un Tlatoani a cada rato los visita, cuando dice conocerlos y cuando sus políticas se orientan a beneficiarlos.
Cuando se equipara bienestar y felicidad con apoyos económicos que se reparten “directamente y sin intermediarios”. Cuando se consultan decisiones clave para que la mayoría decida. O cuando se platica directamente todos los días para “informar la real realidad”.
Perfecto. Pero… ¿quién controla las dádivas? ¿Quién diseña preguntas y métodos de consulta? Y, ¿quién es el único que habla y qué datos y argumentos son los que comunica?
¿Quién toca la música?
Los populistas son muy astutos. Esconden la cadena e hipnotizan con sus canciones a los más desprotegidos, que terminan bailando al son que les tocan. Hasta que el castillo de naipes se derrumba.
Hasta que la música se acaba.
La segunda reflexión tiene que ver con cómo hablarle al poderoso.
Siempre hay que hablarle al poder con la verdad (relee “Hablarle al poder”). No hacerlo contribuye a excesos que rara vez conducen a buen puerto. El único antídoto para evitar que el poder absoluto corrompa absolutamente es la verdad, los datos fríos.
Pero como la verdad no peca, pero sí incomoda, hay que ser inteligente al comunicarla. A fin de cuentas, el poderoso arma las cenas y define la lista de invitados. Es quien toca la música.
Y al que habla como el Borras ya no lo invitan, como le pasó a Mank.
¿Qué hacer?
Sin ser exhaustivos: tener claridad de argumentos (soportados por la lógica y mejores prácticas), definir tácticas y técnicas (acciones específicas calendarizadas), buscar aliados (y si son personas cercanas al poderoso, mejor), descubrir palancas de presión, crear coaliciones y definir escenarios y planes de contingencia.
Apúntalas, seguro también te servirán para navegar los laberintos del poder en cualquier organización.
Pero donde son vitales es en nuestra política, donde el organillero mayor tiene a demasiados bailando a su son destructivo.
Para que México toque otra tonada hay que cambiar música y cadenas por un crecimiento sostenible basado en una mejor educación, en la creación de empleos bien pagados y en un Estado de derecho que realmente funcione.
Lo demás son changaderas.
En pocas palabras…
Es doblemente placentero engañar al engañador”. –Maquiavelo
Twitter: @jorgemelendez
