Hay un problema grave con los organizadores de la vacunación en Guanajuato: no conocen el abecedario. Mientras en la CDMX se organizaron por orden alfabético, aquí fue de a montón y sólo mediante fichas numeradas entregadas en el orden de llegada de las personas. La responsabilidad no es del gobierno local sino de los enviados federales.
El lunes fue un caos porque la gente se formó desde el domingo o enviaron a jóvenes para tomar un lugar. Muchos adultos mayores tuvieron que hacer fila en el sol o en su auto durante 12 horas. Se pudo evitar si hubieran dividido los tres o cuatro días de aplicación por las letras del alfabeto.
De los primeros inoculados en la CDMX fue Sergio Aguayo Quezada, investigador del Colegio de México y columnista de este periódico. Narró con alegría cómo la gente de su colonia convirtió en sana convivencia la espera. Él fue de los primeros afortunados. La suerte de quienes llevan en su apellido las primeras letras del alfabeto trasciende la escuela, donde se usa para las listas de asistencia hasta en el acomodo de las filas.
Después de 100 días de iniciado el programa en el país, la Secretaría de Salud federal dedicó 140 mil vacunas a León. El llamado fue a los mayores de 60 años. El porcentaje más alto de vacunación se dio el lunes con un cuello de botella que pudo evitarse. El miércoles había centros vacíos y tuvieron que bajar la edad de aplicación para aprovechar el lote. El jueves buscaban a los nacidos en 1961 y pocos llegaron. Tuvieron que salir a buscarlos a las colonias y plazas públicas.
El siguiente problema fue el tortuoso apunte manuscrito en formularios. El Gobierno tuvo todo el tiempo del mundo para diseñar una plataforma digital para teléfonos inteligentes. Casi la totalidad de la población tiene acceso a un teléfono móvil. Ya sea el propio adulto o sus familiares. En otros países se envía un código QR con los datos de quien se apuntó en las plataformas de registro. Aquí se nos pidió registrarnos también en una plataforma pero nunca supimos si tuvo alguna utilidad o no. A casa llamaron pero nunca dijeron de qué se trataba, ni cuándo se aplicaría la vacuna y dónde ni a qué hora.
Se perdieron millones de horas hombre, se dilapidó el tiempo del personal médico de la Secretaría de Salud y de los Servidores de la Nación, en un himno a la improductividad. Todo se pudo planear a tiempo si la vacunación la hubieran realizado los propios estados con el personal de siempre, como se hacía antes.
La gente no reclamó a pesar de la espera, de la insolación o el sacrificio. Una vacuna es vida, es seguridad y la liberación del encierro de un año. Aunque no garantiza inmunidad al cien por ciento, porque puede tenerse el contagio, al menos asegura que después de la inyección, tenemos pocas posibilidades de morir por el COVID-19. La mayoría de la gente expresaba alivio, alegría y hasta éxtasis después de recibir la vacuna. Cuando haya la segunda ronda, el alivio será pleno.
Los prejuicios ideológicos son incomprensibles y la animadversión contra la iniciativa privada, mantiene a miles de médicos, enfermeras, radiólogos y laboratoristas al margen del beneficio que tuvo ya el mismo personal en hospitales de gobierno. Una discriminación que será una tacha monumental e histórica del odio insensato de todo lo que esté fuera de control del gobierno. Una segregación enfermiza.
