El temor de terminar como Venezuela, Cuba o Nicaragua nació desde principios del sexenio. Con la concentración de poder en el Ejecutivo, la nube de tormenta no se aleja, menos con la crisis provocada por la pandemia. Quienes tienen experiencia en política externa no creen que Estados Unidos permita un desenlace totalitario en México. Jorge Castañeda, el ex canciller mexicano confirmó esa visión hace unos días en una conferencia con empresarios locales. 

Sin embargo, después de ver las condiciones de Argentina con un gobierno populista-peronista, México podría caer en un estancamiento como el de los gauchos. El país sudamericano tiene mucha riqueza natural y un pueblo educado. Sus posibilidades de ser una potencia mundial serían enormes si hace 75 años no hubieran caído en manos del general Juan Domingo Perón y su esposa Evita Duarte

El peronismo entró como cisticerco al cerebro de los argentinos. La idea de que el gobierno puede ser proveedor perpetuo de bienestar se topó con la realidad después de algunos años. Argentina fue, antes de Perón, uno de los países más ricos de Occidente. Cuentan que en el banco central no cabían las reservas y tenían que poner lingotes de oro en los pasillos. Perón dilapidó la riqueza nacional. Evita le ayudó y se enriqueció de paso, aunque murió en el intento.

Otros militares y civiles le sucedieron con remedios temporales a la economía y no sin tragedias humanitarias terribles como la guerra sucia de los setentas. Con el subconsciente atrofiado, los argentinos trajeron a Perón del exilio en España para que gobernara de nuevo en 1973. Fracasaron porque era viejo y murió el año siguiente. Luego quisieron recrear la historia de su primera esposa y nombraron a su tercera esposa, Estelita, presidenta de la República. Otro fracaso. Los militares metieron la bota y destrozaron de nueva cuenta al país.

Mientras eso sucedía los empresarios y la clase media alta tenían dos deportes: el fútbol y la exportación de divisas. La hiperinflación destruía ahorros que sólo podrían asegurar su valor en dólares, euros y francos suizos. La sangría de divisas hizo que faltara inversión y desarrollo. 

Regresó la democracia en 1983 con Raúl Alfonsín y luego un periodo de crecimiento cuando fijaron la paridad del peso con el dólar. Fracasaron porque el deporte siguió cuando los empresarios y la clase media alta olió el miedo de los mercados internacionales. 

Llegó el corralito en 2001. Como no había suficiente dinero para pagar los depósitos de las cuentas bancarias después de una devaluación, la gente sólo podía retirar en partes y a plazos su dinero. La economía volvió al desastre. 

Porque no tienen remedio en sus sueños populistas y el amor a las parejas en el poder, eligieron primero a Néstor Kirchner y luego dejaron en el poder a su esposa Cristina. Volvieron a las andadas e impidieron la modernización de la economía con recetas peronistas. Un candidato neoliberal, Mauricio Macri, en 2015, quiso meter en cintura la economía liberando precios y abriendo mercados. Pidió prestado montones al Fondo Monetario Internacional y emitió bonos internacionales con grandes rendimientos. 

Después de Macri llega otra vez un presidente peronista y es el cuento de nunca acabar. Para compensar la falta de dinero, Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kichner decidieron darle una rapada a las grandes fortunas. Pusieron un impuesto a los activos del 3.5 por ciento a los capitales locales y un 5% a los depósitos en el extranjero. 

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