Un año sin parar. Agitada la mente con insomnio, en silencio, esperando siempre el amanecer. Creíamos que todo duraría dos o tres meses: “para abril o para mayo caerá la curva”. Queríamos fugarnos de la realidad; lo más lejos para agosto o al final del verano, nos repetimos, porque era el pronóstico de la Universidad de Washington.
Un año largo que parece una pesadilla corta. Lo hemos contado a diario, pero no alcanza ni la memoria ni el tiempo para descifrar lo vivido: las muertes en la soledad, la fiebre perpetua en los hospitales y el oxígeno escaso después de la segunda ola.
Un año de mentiras y realidades. Sorpresivo para los mentirosos, los ignorantes y todos quienes creímos y vaticinamos el futuro dando palos de ciego a una piñata que nunca estuvo quieta. Serían 6 mil muertos dijo el poder; una catástrofe si llega a 60 mil. Vamos en 200 mil o tal vez 400 mil sin que haya rostros de contrición, sin una disculpa pública ante el fracaso. Cómo olvidar la mano derecha levantada del Presidente mostrando un fetiche, un “detente” que resultó inservible como era de esperarse.
Un año de perversidad: “como anillo al dedo nos vendría la pandemia”. ¿Qué dirán los cientos de miles de deudos, los desempleados, los empresarios en quiebra, el personal médico y las madres agotadas sin escuelas?
Un año de rollo detrás de un cuento de vendedores de pócimas mágicas, de explicaciones infantiles y aseveraciones engañosas. La curva domada, la misión cumplida, las vacunas a tiempo y para todos cuando las grandes poblaciones como León están olvidadas.
Un año de fantasías con dos millones de empleos que se crearían tan sólo en 2020.¿Lo recuerda? Mentes delirantes llenas de enemigos imaginarios, de adversarios conservadores, de pasquines inmundos, de risas ante las masacres. ¿Quiénes deliramos? ¿Los ciudadanos que nunca, ni en nuestros peores sueños, creímos que el país acataría manso y obediente la voz de un solo amo, o los ciegos seguidores de la “transformación”?
Un año con dos frentes: la pandemia y el desatino del odio desde el poder. Día tras día crece la cuenta de amigos, familiares y conocidos que fallecían casi al azar. Porque el virus tiene preferencias extrañas para aniquilar. Primero los adultos mayores quienes sufrieron el 80% de los decesos, pero también jóvenes en plenitud de la vida.
Un año en el que el COVID tampoco respetó posición social o económica, aunque agudizó el ataque contra aquellos que contaban con menos recursos. ¿Quién puede olvidar al gobernador de Puebla decir que sólo a los ricos atacaría la enfermedad? Un tipo tan pobre y miserable que lo único que tiene es poder y mucho dinero.
Un año de aprendizaje, de mirar por horas las pantallas con la representación de compañeros de trabajo, familiares y amigos. Pero también:
Un año de esperanza inquebrantable, de heroísmo en los hospitales y laboratorios, de trabajo incansable en las empresas con jornadas de 10 o 14 horas, sin lamento, sin queja, con la sola idea de salir adelante.
Un año de dolor por quienes se fueron anticipadamente; de gratitud por quienes lograron salvar la vida de millones; de humildad ante la potencia de la naturaleza; de orgullo por la ciencia que en menos de un año inventó vacunas que permitirán una nueva época de avance.
Sobre todo, con doble o triple densidad histórica.
