En Estados Unidos el show de Trump terminó con violencia, rebelión y muerte. El Presidente norteamericano sería destituido de no ser porque faltan apenas unos días para que se acabe su mandato, aunque nada podemos descartar. Colaboradores lo abandonan, las redes sociales, que eran su mejor herramienta, le cierran las puertas por difundir mentiras y azuzar a sus seguidores contra el Congreso.

El miércoles Joe Biden dio un discurso que recuerda lo mejor de la política de su país. El presidente electo, sereno y experimentado llamó a la unidad nacional ante todo. Dijo que “las palabras de un presidente importan, cuando se dicen en su mejor forma, inspiran, cuando se hace en su peor manera, incitan”. 

Las palabras de Biden son un regreso a la elegancia y la majestad del discurso al que nos tenía acostumbrados Barack Obama. El cambio es brutal, del ceño fruncido, enojado y amenazante de Trump a las palabras de cordura del nuevo Presidente. Señal de que vienen mejores tiempos no sólo para Estados Unidos sino también para el mundo. 

Al final de su discurso, Biden dice que en su país “no hay ninguna cosa que no puedan lograr si lo hacen juntos”. Eleva el espíritu pensar en el regreso de la armonía y la búsqueda permanente de acuerdos. Quienes escribieron los textos de Obama hace 4 años vuelven al territorio de la esperanza y la inclusión; regresan al sendero de los mejores ideales. Una frase que me gustó mucho fue la de la “majestad de la democracia”. 

Antes que venerar o idolatrar a un líder, los ciudadanos deben cuidar el sistema democrático y su fragilidad ante el asalto de turbas, fanáticos o rencorosos del pasado con ideologías de odio. Porque para eso era bueno Trump. Odiaba a los mexicanos, a los chinos, a los africanos y a todo aquél que expresara opiniones distintas a su nacionalismo trasnochado. Manipulador por excelencia, terminó ahogado en su poder cuando incitó a la turba a defender un triunfo inexistente. 

En la cruda realidad del día siguiente, acepta que habrá una transición ordenada y se prepara para intentar una fuga de la ley al perdonarse a sí mismo del delito de sedición. La paradoja es que si dejara el poder en los próximos días y Mike Pence ascendiera a la presidencia, podría gozar del perdón de su compañero de fórmula. Aún en las particulares leyes norteamericanas sería difícil perdonarse a sí mismo, pero el vicepresidente lo puede hacer como lo hizo Ford con Nixon

Quien nunca indultará a Trump será la opinión pública. Hay un agravio a las instituciones que no se había dado en el Congreso norteamericano desde hace dos siglos. Hay muertos entre los manifestantes y una herida enorme al prestigio del país más poderoso del mundo. 

No es poca cosa. 

La historia registrará al periodo de Trump como una aberración, como un error al haberlo elegido. Cayó por debajo de Richard Nixon y sus tenebrosos espionajes. El peor castigo para él será el rechazo público dondequiera que vaya, la descalificación perpetua en los medios que tanto odia. Será un chiste negro y material suficiente para alimentar los guiones de los mejores comediantes. Su show terminó, su influencia sobre otros populistas, se acabó. Que regrese la razón y la majestad de la política en democracia. 

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