En los pisos del Seguro Social repletos de pacientes; en las salas de cuidados intensivos de los hospitales con ventiladores; en los laboratorios que no cesan de tomar muestras con hisopos; en todas partes vemos gente buena. Despliegan su humanidad en largas jornadas de día y de noche, a la misma hora que otros festejan sin distancia, sin cuidados. Al mismo tiempo que el Gobierno lanza la frase estúpida de “prohibido prohibir”.

A todos esos héroes anónimos los convertimos en soldados sin armas suficientes para luchar una guerra injusta. Cumplen su deber por vocación, por amor a la vida misma que se extingue entre sus manos en estertores por falta de oxígeno. Tanta gente buena no debería morir. Tanto funeral se pudo evitar si la ignorancia, la soberbia y la terquedad no hubieran sido la única política frente a la pandemia.

En el país extraño que vivimos resulta imposible ver una salida a las múltiples crisis. Dijeron que la pandemia se detendría con fetiches; los abrazos serían bienvenidos mientras en China se establecían las normas más rígidas para detener en seco el avance del Covid-19. “La pandemia nos vino como anillo al dedo”, decía López Obrador, en la frase más desafortunada que se pudo escuchar desde el púlpito mañanero. Como si Churchill hubiera dicho que los bombardeos alemanes fueran justo lo que necesitaba Inglaterra.

“Prohibido prohibir” es una frase semejante al estandarte del liberalismo: “dejar hacer, dejar pasar”. Y mientras el Gobierno titubea dos semanas para poner límites al coronavirus en la CDMX, los hospitales se llenan de gente buena que un día estaba sana y al poco tiempo morirá. Todo por cálculos mal hechos y no decir la verdad.

Desandar los días desde que llegó el virus en febrero es un viaje a la sinrazón, a la ignorancia de lo que puede suceder cuando todo el destino de un pueblo se deposita en manos de un solo hombre que vive ajeno a la realidad y al presente. Los anuarios que registren la historia, estarán llenos de imágenes y frases de un año al que llamaremos “maldito”, cuando la maldición creció con los altavoces de la ineptitud.

Las comparaciones de un verdadero líder con un showman y los resultados de su gestión comenzaron en Estados Unidos. Joe Biden advierte que viene lo peor, que serán meses difíciles. Habla con la verdad, sin reparo dice que las mayores dificultades están al frente y no atrás. Justo lo contrario a la retórica facilona de Donald Trump y sus palabras de engaño perpetuo.

Cuando los norteamericanos escuchen la verdad, tendrán que cuidarse más que nunca para evitar una catástrofe mayor. Eso mismo debió decir el gobierno mexicano y su líder López Obrador. Tan sólo con el poder de su palabra hubiera salvado miles de vida. Tanta gente buena murió sin necesidad por no enfrentar con todo la pandemia. El origen del fracaso es tanto gobierno malo.

Trump perdió porque mintió, porque no quiso escuchar a los científicos del más alto nivel. Su ignorancia fue tal que recomendaba remedios estúpidos como inyectarse desinfectantes. Hundido en su fracaso, demandó por falsos fraudes electorales y, a últimas fechas, quiere fabricar una conspiración que nunca existió.

Lo mismo ocurrirá en México después de pasar la peor catástrofe sanitaria, económica y de seguridad que hayamos visto. En las elecciones del 2021 lo veremos.

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