El Ferrocarril Central Mexicano, en su primera sección iba de la Ciudad de México a León. Se inauguró en 1882. Luego se extendería hasta Ciudad Juárez en 1909. Era la época porfiriana de inversión y expansión de infraestructura que inaugura el Siglo 20. México seguía el crecimiento de Estados Unidos con sus modernos medios de carga y transporte. 

La Revolución se hizo a caballo y en tren. Después del porfiriato el comercio ferroviario dio a luz la primera parte de la industrialización nacional. En 1938 el general Lázaro Cárdenas nacionalizó, junto con el petróleo, las venas de acero del país. A la larga fue un desastre. Durante décadas permanecieron las vías construidas por Porfirio Díaz y Ferrocarriles Nacionales cayó en los brazos de subsidios gubernamentales interminables. Hasta que el presidente Ernesto Zedillo puso fin a la sangría. 

Los ferrocarriles fueron privatizados para alivio de las finanzas públicas. Los beneficios de empresas extranjeras con experiencia y conexiones directas a los Estados Unidos ayudaron a revivir la carga. El tren fue de nuevo una opción segura, económica y predecible. Hasta que la nueva administración llegó. 

En forma inexplicable, unos cuantos manifestantes en Michoacán paran los convoyes que llevan la carga de importaciones y exportaciones, de granos e insumos de la industria. El costo para cientos de empresas y miles de trabajadores es incontable. Las ferroviarias se jalan los cabellos por la falta de respeto a la ley. Tienen que bajar la carga y enviarla por carretera con un gran daño para la producción y la credibilidad del país. 

¿Por qué lo permite la 4T? ¿Qué manifestación puede justificar que un puñado de normalistas o maestros dejen sin trabajar a miles de compatriotas, dañen las cadenas de suministro y lastimen la imagen de México en el mundo?

Después de mucho cavilar ante el desasosiego que produce en la industria y el comercio la falta de estado de derecho, la única respuesta que encuentro es la intención de “reventar” a las empresas extranjeras. Un buen día, la línea Kansas City o cualquier otra puede aventar la toalla ante las pérdidas constantes. Entonces el Gobierno podría lanzarse a la nacionalización del ferrocarril. 

Una estrategia de esa envergadura sería el principio del fin del T-MEC y la relación de cooperación con Estados Unidos y el mundo. Los ferrocarriles, desde su privatización, resucitaron un medio de carga moribundo. A pesar de los constantes robos, las empresas supieron vigilar y participar con las corporaciones de seguridad pública en la prevención del delito. En Guanajuato era una pesadilla el robo de partes a los vehículos que se exportaban. También el hurto de granos y electrodomésticos fue un grave conflicto. 

Sin embargo estos problemas resultan menores frente al atasco de miles de vagones por el capricho de un puñado de radicales. Lo que produce en el ánimo de los empresarios es un desasosiego permanente. Busqué la palabra del sentimiento que nos invade cuando escuchamos que otra vez los detuvieron y no encontré otra que intranquilidad, desánimo y desasosiego. 

Para producir con ilusión, para crear y emprender se necesita tener paz y un grado mínimo de certidumbre; saber que los tiempos de entrega de lo que producimos y consumimos se cumplirán. De qué nos sirve tener industria de primer mundo con estado de derecho de cuarta. Un país donde manda quien hace caprichos y puede estrangular el trabajo de otros, no tiene futuro. Esperemos que no sea la idea de nacionalizar el ferrocarril lo que quiera el Gobierno.

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