El 24 de octubre de 1916, 23 días después de su fundación, El Universal lanzó una edición especial que salió a la venta a las diez de la noche.
Esa edición anunció el “destape” de Venustiano Carranza como candidato a la Presidencia de la República.
El director y fundador del periódico, Félix Fulgencio Palavicini, había estado en la reunión en la que esta decisión fue tomada. No quiso esperar al día siguiente para dar a conocer la noticia: regresó al periódico, y escribió o dictó lo que había visto y escuchado, y entregó las cuartillas al jefe de información.
Sacar una edición a aquellas horas era, según el diario, una riesgosa “aventura informativa”.
La edición 30 centavos el ejemplar fue vendida en los cines, los bares, los teatros, las cantinas, las avenidas principales de la ciudad. La redacción de El Universal estaba entonces en Madero y Motolinia.
Unos meses más tarde, Palavicini obtuvo una de las grandes primicias del periodismo en México: en un suplemento de cuatro páginas publicó la Constitución que sería promulgada el 5 de febrero de ese año. Se tiraron 50 mil ejemplares. A las diez de la mañana no quedaba un solo ejemplar.
No existe en la tierra nada más efímero que el periodismo. Las noticias de la mañana son empleadas al día siguiente para limpiar vidrios o envolver filetes.
Llegué a la redacción de El Universal por primera vez una mañana de 1995, invitado por Ramón Márquez a escribir crónicas deportivas. Hallé una forma de la felicidad: cubría partidos del Atlante, el Cruz Azul, los Pumas, el Necaxa y el América; cubría funciones de box y de lucha libre. No comprendí, sin embargo, en dónde estaba parado, hasta el día en que llegué a la hemeroteca, en el cuarto piso del diario, buscando una noticia sobre el primer gran ídolo del boxeo mexicano: Rodolfo “El Chango” Casanova.
Hay momentos en que una vida se decide para siempre. En los anaqueles de la hemeroteca, me envolvió la fascinación del tiempo. Tomé algún tomo al azar y cuántas cosas cayeron como flores muertas, que al abrir esas páginas volvieran a la vida cargadas de magia, de fuerza, de misterio. Las horas volaron. Extraje tomos como un borracho incapaz de parar en la barra de una cantina.
Recuerdo que emergí a la realidad cuando en Bucareli había oscurecido y yo me sentía como uno de esos arqueólogos que salen de una cueva en la que en mil años no hubiese entrado la luz.
Entendí a Borges: “Vi por mis ojos lo que nunca había visto”.
Desde aquel día comencé a cambiar citas, a ajustar horarios, a acortar o de plano a suprimir reuniones, a fin de tener a mi disposición algunas horas en las cuales frecuentar la hemeroteca.
Artículos de López Velarde, de Martín Luis Guzmán, de José Vasconcelos, de Efrén Rebolledo, de Federico Gamboa. Crónicas urbanas de Jacobo Dalevuelta; crónicas deportivas de Fray Nano; crónicas policiacas de José Pérez Moreno y “El Güero” Téllez.
Recorrí El Universal Ilustrado, el brazo cultural del periódico durante varias décadas, que dirigió la mano genial y erudita y alcohólica de Carlos Noriega Hope; descubrí los increíbles artículos de la primera cronista de la vida moderna, Cube Bonifant; me deslumbré con las entrevistas y los reportajes de Regino Hernández Llergo una de los cuales le costó la vida a Francisco Villa.
Alguna vez, el periódico fue censurado y dejó de aparecer durante 18 días. Otras veces sus directores fueron perseguidos, calumniados, encarcelados.
Han pasado caudillos, y sexenios, y gobiernos de todo tipo.
El Universal cumple 104 años.
Las horas en que este diario ha registrado la vida de México, que son las horas de un mundo extraño, no tienen igual en el periodismo mexicano.
Larga vida a El Gran Diario de México.
