“Ni se bajaron, así avanzando le dieron”, dijo un comerciante del Centro Histórico aquella tarde de sábado. Dos sujetos a bordo de una motocicleta acababan de balear a un desconocido que huía de ellos en un Jetta. Lo alcanzaron en la esquina de Uruguay y Cinco de Febrero.

Al sentirse acorralado, el hombre estampó el auto contra un muro, bajó apresuradamente y echó a correr. Le dispararon ocho veces, a plena luz del día y frente a cientos de personas que paseaban por el centro. El cuerpo quedó tendido frente a la pastelería La Ideal. Los sicarios se perdieron en el tráfico, dejando tras de sí un caos de histeria y gritos.

La sangre de la víctima corrió por los resquicios de la banqueta. La ambulancia del ERUM aún lo encontró con vida. El hombre murió en la sala de Urgencias del Hospital Balbuena.

Le decían “El Machorro”. Según información ofrecida por el periodista David Fuentes, contaba con dos ingresos en el sistema penitenciario: uno por narcomenudeo, otro por secuestro. Era el brazo derecho de un miembro (o un exmiembro) de la llamada Unión Tepito, Héctor del Valle Gómez, alias “El Totolate”.

Apenas el 24 de mayo, “El Totolate” fue aprehendido en Fray Servando al lado de cinco cómplices. Estaba extorsionando a un grupo de taxistas. Pero las cosas se le salieron de control y todo terminó en una balacera.

Por increíble que parezca “El Totolate” permaneció en prisión menos de un mes.

El pasado 5 de septiembre las autoridades capitalinas recibieron el reporte de que había un lesionado por arma de fuego en el interior de un negocio de serigrafía ubicado en Aztecas y Eje 1.

La víctima era Sergio Jesús Rodríguez Galán, de 32 años. Según un reporte de la policía consultado por el columnista “se dedica a cobrar piso en Eje 1 Norte y calle Aztecas, así como en varios estacionamientos, teniendo anteriormente problemas con diferentes dirigentes”.

Rodríguez Galán era sobrino de Miguel Galán Ayala, uno de los dirigentes de comerciantes más oscuros y poderosos del centro. Hace 20 años, en 2001, la organización de Galán Ayala manejaba 900 afiliados. A él se le consideraba el principal distribuidor de discos pirata en Tepito: tenía a su servicio patrullas de la Policía Judicial y de la Secretaría de Seguridad Pública y se hacía rodear por un grupo de 20 golpeadores ejercitados en los gimnasios de la zona.

Al año siguiente la prensa lo señaló como protector de una mafia coreana que lentamente se iba apoderando del barrio (300 de los 800 locales se hallaban bajo su dominio). Se le acusó también de formar parte de un grupo dedicado a la falsificación y distribución de marcas de ropa.

Muy pronto sus afiliados llegaban a tres mil. La Jornada indicó que la mayor parte de los operativos para buscar mercancía robada, o pirata, e incluso droga, ocurrían en las calles controladas por este líder. Se le acusó de “tener la historia más sucia dentro del ambulantaje”. Dolores Padierna, delegada en aquel tiempo, lo acusó de haberle querido “comprar” Tepito.

Ignoro si se lo vendió. Lo cierto es que la presencia de Galán Ayala se extendió hasta nuestros días.

Un reporte de la policía indica que su sobrino había heredado las funciones de cobro de piso entre los comerciantes de Eje 1 y Aztecas. Fue el mismo al que asesinaron el 5.

Nadie parece saber, de momento, dónde está Galán Ayala. Pero todo indica que de nueva cuenta arreció la guerra en el centro, y que otra vez las ejecuciones ocurren a dos o tres calles de donde viven y despachan las máximas autoridades del país y de la ciudad.

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