El presidente AMLO ha dado un golpe francamente genial en su estrategia para detener la caída en sus niveles de popularidad y lograr retener el Congreso en las elecciones del año próximo. Lo que fue una bandera de campaña, el combate a la corrupción, es hoy, un verdadero tanque de oxígeno para el enfermo programa de promesas incumplidas de la 4T.
Traer a Lozoya, a un espécimen vivo de la fauna política como testigo protegido, ha sido una potentísima estrategia política que creará en el imaginario colectivo de los mexicanos, la percepción de que, por primera vez en la historia reciente de México, caerán “peces gordos”. Esto, porque en el pasado, las administraciones priístas y panistas no quisieron detener la corrupción.
En este espacio por años he escrito sobre las ventajas que tiene AMLO por su desapego por el dinero y que le acarrearía votos y simpatías, pues el discurso y promesa de erradicar la corrupción, tendría frutos por caudales. Sí. El ogro priísta de mil cabezas tuvo en su gen la ambición por el poder y el dinero y este gen terminó por matarlo; el animal se identifica claramente en Moreno, su presidente, que es la encarnación del político que ya no queremos ver. El hambre de dinero movió al PRI por décadas a hacer campañas electorales ganadas con fraudes y voluntades compradas y durante décadas fueron su fuerza y motor. El PAN lo aprendió muy pronto y sus líderes no tuvieron la altura moral para tener desapegos hacia la tentación del dinero y esto hoy, se refleja en su líder, que gris, no articula un discurso que convenza.
El golpe mediático de esta semana logrado por AMLO es durísimo, pues fiel a su estilo, adelantó declaraciones de Lozoya, acusó sin pruebas y logró un efecto enorme en la opinión pública. Sabíamos los ciudadanos que las campañas se financiaban con dinero público y con recursos de procedencia ilícita, pero el reto era descubrir la ruta del dinero y que un “pez gordo” declarara a cambio de protección. Apenas esfuerzos periodísticos lo dieron a conocer, desde “Los amigos de Fox“, el “Pemexgate”, la “Estafa Maestra”, la “Casa Blanca”, pero todo quedaba en divulgación en medios y nunca se tradujo a un castigo para los responsables. El pueblo lo entendió y dio su voto de castigo a favor de AMLO y fue la tercera parte de su activo de 30 millones de votos.
Con este animal de presa en la boca, Morena retendrá el Congreso en el 2021 y los niveles de aceptación de AMLO mostrarán un incremento notable en el cierre de año. Podrá más el “efecto Lozoya”, toda la “sopa que suelte”, que la inseguridad, la recesión y el truene del sector salud. Era lo que esperaba el pueblo de México, hambriento de ver en la cárcel a un político y desentrañar el mecanismo de financiamiento de campañas electorales.
El asunto es hasta cuándo se puede estirar la liga para que el “efecto Lozoya” dure hasta las elecciones del año próximo y asegure incluso mantener a AMLO en el poder en la posible revocación de mandato del 2020. Ni la recesión, ni la pandemia, ni los desaciertos en políticas públicas, podrán evitar que el “efecto Lozoya”, sumado a la entrega de apoyos sociales a las mayorías, que Morena renueve mayoría en el Congreso y obtenga más gubernaturas.
En un País tan dolido por una clase política indolente al sufrimiento de las mayorías, la austeridad personal, el contacto con el pueblo y la caída de los “peces gordos”, serán definitivas para obtener la victoria de AMLO y su partido. Verá sonriente a una oposición muerta con cada declaración que haga Lozoya, el niño mimado del Presidente, que recibirá perdones a cada revelación que haga. El PRI pagará con su extinción, décadas de rapiña; el PAN arrogante creerá que la estrategia inercial de buen gobierno tendrá para darle pelea a Morena, pero la clase política no entenderá que es la sensibilidad a los más pobres en fondo y forma, la que tiene a partir del 2018, lecciones para la clase política con la victoria de AMLO. El “efecto Lozoya” traerá mediáticamente lo que esperamos por décadas: castigo a los culpables. Lo que nunca pudimos ver.
