La Universidad es la fábrica de arados que ararán el porvenir”, José Ortega y Gasset

 

La narrativa presidencial, en su abundancia esquizofrénica, terminó por ser el intento de embuste político más grande del siglo. Algo que ya no puede seguir. Los engaños a la Nación comenzaron con el crimen de destruir Texcoco para decir “aquí sólo mis chicharrones truenan”. A la basura la modernidad y la inteligencia. Paguemos por aniquilarla.

Sabemos que el daño será incalculable porque no sólo rompió las puertas del mundo a México sino partió en dos las piernas de la inversión privada. Mutiló de un tajo el espíritu emprendedor de los encargados de arar el campo del porvenir. Siguieron otros timos, más engaños inimaginables desde la figura del Presidente de México: un trapiche impulsado por una mula era ejemplo de economía popular y vencería a las aguas embotelladas. Los tlacoyos serían también puntal económico del pueblo.

La violencia se combatiría con abrazos y no balazos, con los llamados de madres y abuelas a portarse bien. Cuando pensábamos que pocas cosas podrían ir más allá del desfile de locuras, surge el “detente”, el fetiche religioso con el que se atajaría la pandemia. Y la frase más incomprensible e indescifrable de todas: “la pandemia nos cae como anillo al dedo”. Aún no sé por qué una tragedia que provoca indecible sufrimiento puede ser un suceso afortunado. Tan solo ver morir a decenas de miles de mexicanos en la soledad; saber que cientos de doctores y enfermeras fallecen por la falta de instrumentos adecuados para atender a los infectados; mirar hospitales saturados y personas que al no encontrar lugar para ser atendidos mueren en las salas de espera. Si eso fue un “anillo al dedo”, quien lo dijo no vive en sus cabales.

La última broma, porque no puede ser otra cosa, fue comparar a los estudiantes mexicanos que aspiran a un grado académico en el extranjero con Michael Corleone, el criminal mafioso que huía de Nueva York porque había matado a otro mafioso y a un policía corrupto. Los mexicanos más ilustres en las letras, la ciencia, la economía y la política tuvieron la oportunidad de conocer el mundo y completar su educación con una visión universal. Octavio Paz fue un trotamundo experto en la cultura hindú, en las letras inglesas, francesas y españolas. El otro premio Nobel mexicano, Mario Molina, pudo aprender sobre el clima en la Universidad de California. Eugenio Garza Sada, el impulsor del Tecnológico de Monterrey, copió el modelo educativo del MIT. El IPADE de Harvard.

Quien no desea como ideal personal obtener los más altos conocimientos académicos de las instituciones del Primer Mundo. Hablar idiomas, recorrer continentes, dominar tecnología de punta o comprender a los escritores de la talla de Joyce, Quevedo, Lampedusa, Thomas Mann, Dante, Marcel Proust y mil más. En su ensayo sobre “La Ciencia Romántica”, Ortega y Gasset cita a Shakespeare que dice: “Somos de la misma urdimbre que nuestros sueños y de su misma sustancia. Los padres sueñan a los hijos y un siglo al que sobreviene”. ¿Quién imagina a un hijo dando vueltas alrededor de un trapiche para producir jugo de caña? ¿Quién no sueña que su hijo pueda graduarse en las mejores universidades del mundo?

Por cierto, México no será el que nos describe López Obrador en su fiebre populista. Ya sea que crea en eso o simplemente lo haga para engañar a los bobos. Cada día que pasa me convenzo que estaremos a la altura de la historia para una vez más salvar al país de la ignorancia, la ineptitud y la corrupción económica e intelectual.

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