Tiene la humanidad casi 150 años utilizando progresivamente las ondas electromagnéticas y la radiofrecuencia. Son ya parte de nuestra vida diaria. Sin darnos cuenta, pero lo hacemos, pues somos consumidores de tecnología de comunicación.
La “madre tierra” misma, el sol, generan en forma natural estas ondas, pero los seres humanos gracias a la ciencia y a la tecnología las hemos utilizado para mejorar nuestra calidad de vida.
Primero con las señales de radio y después con las de televisión, surgió la preocupación del impacto que tendría en las personas el estar expuesto ya sea a las estaciones fijas que generar las ondas y también a las emitidas por los aparatos receptores.
Esta preocupación renació en este siglo por el incremento exponencial de los servicios de telefonía celular, lo que llevó al crecimiento explosivo de estaciones emisoras de ondas en prácticamente todas las ciudades del mundo.
Hoy la telefonía móvil es algo común y corriente en todo el mundo; la tecnología inalámbrica se basa en una amplia red de antenas fijas o estaciones de base que transmiten información mediante señales de radiofrecuencia (RF).
Se calcula que hay más de 1.5 millones de estaciones de base en todo el mundo, y la cifra está aumentando de forma considerable con la aparición de las tecnologías de tercera generación.
En México están instaladas casi 40 mil antenas de telefonía (la mitad de Telcel) y una estimación conservadora es que solo la mitad de ellas cumplen con los requisitos técnicos y legales para operar.
Entre estos requisitos están de acuerdo a la normatividad municipal: uso de suelo, autorización de los vecinos, lejanía a centros de salud o escuelas, autorización estructural de peritos, entre otros.
En León están instaladas alrededor de 150 y siempre colocadas en las partes más altas. Muchos ciudadanos aceptan su colocación pues representa un pago por la instalación y renta.
La realidad es que ni los vecinos ni la autoridad municipal ni la Secretaría de
Salud estatal, tienen observación sobre estas antenas, pues todos somos usuarios (y beneficiarios del servicio) y no hay un seguimiento a si cumplen con la normatividad.
Pero el asunto realmente crítico es la discusión mundial sobre los efectos en la salud por la exposición continua, a las ondas electromagnéticas.
Por un lado, están numerosos estudios disponibles sobre los argumentos científicos a la prolongada exposición y por otro, quienes afirman que “no hay estudios científicos que prueben el efecto cancerígeno de las antenas”.
La verdad es que nuestra vida no podría entenderse sin el uso frecuente de ondas electromagnéticas, ultra frecuencia y ultrasonido. Usamos celular, radio, televisión y microondas.
Hay redes inalámbricas que permiten obtener servicios y acceso a Internet de alta velocidad, como las redes de área local inalámbricas (WLAN), cuya presencia también es cada vez más frecuente en los hogares, las oficinas y muchos lugares públicos (aeropuertos, escuelas y zonas residenciales y urbanas).
A medida que crece el número de estaciones de base y de redes locales inalámbricas, aumenta también la exposición de la población a radiofrecuencias.
Según estudios recientes, de la OMS (Organización Mundial de la Salud) la exposición a RF de estaciones de base se incrementa en porcentaje sobre los niveles establecidos en las directrices internacionales sobre los límites de exposición, en función de una serie de factores, como la proximidad de las antenas y su entorno.
Esos valores son todavía inferiores o comparables a la exposición a las RF de los transmisores de radio o de televisión.
Las posibles consecuencias para la salud de la exposición a campos de RF producidos por las tecnologías inalámbricas han causado preocupación.
Cáncer: las noticias publicadas por los medios informativos sobre conglomerados de casos de cáncer en torno a estaciones de base de telefonía móvil han puesto en alerta a la opinión pública.
Cabe señalar que, desde el punto de vista geográfico, el cáncer se distribuye de forma irregular en cualquier población.
Dada la presencia generalizada de estaciones de base en el entorno, pueden producirse conglomerados de casos de cáncer cerca de estaciones de base simplemente por casualidad.
Además, los casos de cáncer notificados en esos conglomerados suelen ser de distinto tipo, sin características comunes, por lo que no es probable que se deban a una misma causa.
Se pueden obtener pruebas científicas sobre la distribución de los casos de cáncer entre la población mediante estudios epidemiológicos bien planificados y ejecutados.
En los últimos 15 años, se han publicado estudios en los que se examinaba la posible relación entre los transmisores de RF y el cáncer.
En esos estudios no se han encontrado pruebas de que la exposición a RF de los transmisores aumente el riesgo de cáncer.
Del mismo modo, los estudios a largo plazo en animales tampoco han detectado un aumento del riesgo de cáncer por exposición a campos de RF, incluso en niveles muy superiores a los que producen las estaciones de base y las redes inalámbricas.
*Director de la Universidad Meridiano, AC
