Viejo camino, nuevos amigos. Por aquí ha transitado tres veces López Obrador. Doce años han pasado desde la primera vez que quiso ser Presidente. ¿Qué cambió? Él mismo. Hoy pregona: amor y paz. Que no habrá venganza, ni persecución, ni destierro para sus adversarios. Tiende, otra vez, la mano franca.

¿Qué cambió? Sus aliados, viejos adversarios. “No queremos tener enemigos”, dijo él en la explanada del INE, donde se juntaron trabajadores del Sindicato Minero que Napoleón Gómez Urrutia dirige, desde hace doce años, exiliado en Canadá.

Allí mismo estuvo Gabriela Cuevas quien, doce años atrás, quería que al entonces Jefe de Gobierno le quitaran el fuero para que pisara la cárcel. Hoy, López Obrador se adelanta: promete una reforma para que, de entrada, nadie tenga fuero, ni el Presidente.

Germán Martínez —quién lo diría— el que fue abogado de Felipe Calderón, el que litigó contra el conteo voto por voto, llega también, sonriente, caminando junto a Horacio Duarte, quien a su vez abogó por López Obrador doce años atrás.

“No les guardamos rencor”, dijo el candidato a los “integrantes del poder económico y político”, a los que ya no quiere llamar la mafia del poder. “Buscamos el cambio por el camino de la concordia”, justificó.

A espaldas de la estatua de Juárez, el candidato aclaró: “Respetamos a quienes sostienen la máxima ‘ni perdón ni olvido’, pero no la compartimos”. Y entonces recitó el poema del Himno de Chiapas: “Que se olvide la odiosa venganza, que termine por siempre el rencor; que una sea nuestra hermosa esperanza, y uno sólo también nuestro amor”.

Se paseó entre los asistentes un hombre con pinta de predicador evangelista: de camisa, saco, pantalón y zapatos blancos, llevó una enorme cadena de oro en el pecho y un grueso anillo en el dedo: es Abel Cruz, diputado de Encuentro Social, el partido conservador que se unió a López Obrador.

Del otro lado, tres jóvenes ondeaban la bandera multicolor del Orgullo gay, pero quedó confundida entre el rojo de las camisetas de los mineros, que llevaban grabada en la espalda la cara de su dirigente, a quien López Obrador intenta traer de regreso como candidato plurinominal al Senado.

“Los mineros exigimos al Gobierno garantías para el regreso de Napoleón Gómez Urrutia”, decían sus ropas.

Parecía que el candidato los leyera a la distancia, desde el templete, donde estaba parado junto a su esposa, la escritora Beatriz Gutiérrez, porque —confesó— tiene un sueño:

“Los mexicanos —y este es el sueño que quiero que se convierta en realidad— podrán trabajar y aspirar a la felicidad, a ser felices, en donde nacieron, donde están sus familiares, donde están sus costumbres, donde están sus culturas. Quienes quieran emigrar que lo hagan por gusto, pero no por necesidad”.

“¡Vicente Fox, Felipe Calderón, los dos se la pelaron al líder Napoleón!”, venía coreando la marea roja desde que arribó al INE dos horas antes del registro del candidato.

Pero, en la docena de Andrés Manuel, hay cosas que permanecen, que no cambian, como su “credo”: no mentirle al pueblo, no robarle y no traicionarlo.

“Triunfaremos”, dijo al final de su discurso, y la gente aplaudió y gritó: “¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!”, pero el candidato, que no miente, recuérdese su credo, vuelve al micrófono y recordó: “Posdata, la tercera es la vencida”.

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