Natalia es el nombre de la violencia hacia las mujeres, de una cara destrozada con ácido, de más de 30 cirugías para volver a tener facciones.
Natalia también es el nombre de la resiliencia, de una ley que endurece las penas por ataques con químicos en Colombia, de una fundación que acompaña a las que sufren.
El 27 de marzo de 2014, la colombiana Natalia Ponce de León fue a visitar a su mamá que vivía en un edificio de un barrio de clase media de Bogotá. La joven, que entonces tenía 33 años, nunca se imaginó que ese día vería cómo la piel de su cara se caía a pedazos.
Jonathan Vega, un hombre obsesionado con ella, se presentó en el edificio, se hizo pasar por otra persona para que saliera y cuando la tuvo en frente le arrojó un litro de ácido sulfúrico que le quemó el rostro, los brazos, una pierna y medio abdomen.
Hoy Vega purga una pena de 22 años por su crimen mientras que Natalia invierte cada uno de sus días en el trabajo para que este tipo de ataques dejen de suceder.
“Lamentablemente y como lo señala usted somos (Colombia) un referente en ataques con químicos por la cantidad de agresiones que se presentan. Este tipo de agresiones persisten principalmente por la falta de valores en nuestra sociedad”, denuncia Ponce en entrevista con REFORMA.
El Observatorio de la Violencia en Colombia reveló que durante el 2017 se registraron 86 ataques no fatales con agentes cáusticos – 53 contra mujeres – más 6 en los que las víctimas murieron -4 mujeres -.
Natalia llegó a un hospital donde no estaban preparados para atender su caso, la metieron a una ducha con agua helada donde se le empezó a caer la piel y después tuvo que esperar cuatro horas en una camilla para ser atendida por expertos. Si le hubieran realizado las maniobras adecuadas, el daño provocado por el ácido no hubiera sido tan devastador.
Su caso conmocionó a la sociedad colombiana, que no tardó en brindarle muestras de apoyo como abarrotar las afueras del hospital o enviarle cartas (en un mes recibió más de 40 mil).
“Hoy en día hay muchas más herramientas para las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia, hay respuestas más afirmativas por parte del Estado, medidas de protección pero es muy importante el acompañamiento psicológico y el proceso psicosocial. Eso te ayuda a empoderarte, a convertirte en una mujer llena de amor propio”, expresa Natalia.
En tres años se sometió a una treintena de cirugías. Además, tuvo que aprender a caminar de nuevo, a comer, incluso a parpadear, todo en simultáneo con el juicio de su agresor a donde fue a testificar.
Una fundación y una ley
Natalia transformó todo su dolor en un mecanismo para procurar un cambio. Esto se vio materializado el 3 de abril de 2015 cuando se constituyó una fundación que lleva su nombre.
“Mi trabajo como presidenta de la Fundación Natalia Ponce de León se centra en garantizar que se respeten los derechos de las víctimas de ataques con agentes químicos y en trabajar para evitar que continúen”, detalla.
Han dado acompañamiento a alrededor de 30 sobrevivientes y asesoría a una decena de víctimas de violencia intrafamiliar. Pero sin duda su mayor logro es la promulgación de la llamada Ley Natalia Ponce de León que rige en Colombia desde el 6 de enero de 2016.
Dicha legislación endurece las penas por ataques con sustancias químicas hasta 50 años de prisión sin goce de libertad condicional. Además, ofrece atención integral a las víctimas obligando al Gobierno a garantizar la atención médica y sicológica de forma totalmente gratuita.
Sin embargo, Natalia se muestra precavida ante este triunfo.
“Para frenar la violencia hacia las mujeres son muchas cosas las que se necesitan. No sólo es un cambio jurídico, sino también un cambio social que requiere generaciones”, considera.
