Continuando con el artículo último que escribí para usted, amigo lector, a través de este estimado diario sobre el casi final de la Plaza Madero, les señalo que el Padre Don Juan López de Aguirre, nació en Irapuato el año de 1635; estudió y fue ordenado Sacerdote en Valladolid, hoy la ciudad de Morelia. Enviado a otras poblaciones cercanas, lo mandaron al pueblo de la Piedad, en Michoacán, donde fue señor Cura por muchos años y entre tantos beneficios que otorgó a esa población fue el de haberla bautizado con el nombre de ‘La Piedad’ cuyo nombre anterior era ‘Aramutarillo’, nombre que estuvo representado por una imagen escultórica de Cristo que, con ese nombre, se venera en la parroquia local. Conocido con el mote de ‘Don Lope’ dada su sencillez y humildad, batalló mucho para construir la parroquia, ahora Catedral, y sufrió mucho porque desgraciadamente cuando alguna persona -o grupos-, realiza una obra en favor de su comunidad, no falta quienes lo ataque, las más de las veces por envidia, disfrazada en forma de quejas inventadas para destruir el trabajo y hasta la honra de muchas personas positivas.
Este fue su caso. En la Sagrada Mitra del Obispado de Michoacán fue acusado de incapaz debido a su ancianidad y achaques (recordemos que regresó a Irapuato cuando tenía sesenta años), por lo que tuvo que ir a los tribunales eclesiásticos y, para pagar su defensa, vendió lo que tenía de valor, sobre todo las imágenes escultóricas que tanto trabajo había logrado el tenerlas en su poder.
En el año de 1705 la Sagrada Mitra emitió su fallo señalando lo siguiente: “para que en caso de hallarse como va expresado, dicho Br. D. Juan López de Aguirre con la gravedad en el accidente que padece sin esperanza de su vida, embargue todos y cualesquiera bienes que aparezcan ser y pertenecer al susodicho, inventariándolos con toda cuenta y razón, hasta en tanto que se toman y reciban las cuentas y se reconozca la cantidad que pueda deber.”
Don Lope continuó su trabajo hasta el final de la obra que ahora todos admiramos sin saber –ahora, por medio de estos escritos ya lo sabemos-, las penalidades sufridas para dejarnos un legado precioso, eclesiástico y artístico, orgullo nuestro y asombro de nuestros visitantes que ven esta obra de tanta calidad. Persona con capacidad económica y campesino, dedicó gran parte de su trabajo apostólico en favor de los indígenas de esta región.
Termino la historia de la labor de Don Lope con un comentario, a través del cual nos daremos cuenta el trabajo que realizó para construir esta mole constructiva de tanto valor. Imaginemos la construcción de la ahora catedral.
Para la construcción de esta obra se apoyó en el alarife Juan de Urbina y el que fue el maestro director y, por lo mismo, autor material de esa construcción; ayudante lo fue Nicolás de Urbina, seguramente familiar de Juan y de Don Lope, como su mozo fiel hasta su muerte, la que se dio en el año de 1706. Para realizarla tuvo que emplear a muchas personas, seguramente algunas de ellas cooperadoras sin cobrar debido a la fe en sus creencias y religión manifiesta. Debió conseguir toneladas de piedra, tanto para los cimientos como para los muros, muros que tienen alrededor de un metro veinte centímetros de espesor y algunos más.
Para su unión debió comprar toneladas de arena de rio y grava, así como cal viva. Las excavaciones para los cimentos debieron ser, cuando menos de tres o cuatro metros de ancho y alrededor de diez metros de profundidad para poder realizar los cimientos, todos hechos con la misma piedra con que fueron hechos los muro y bóvedas de la parroquia. Todo esto a lo lago de los tiempos de lluvias inundando las largas, larguísimas excavaciones en la tierra sobre la cual sería construida la obra. Debieron ser más de cien o ciento cincuenta metros de largo los de esas fosas, las que permanecerían semanas anegadas sin poder extraer el agua lodosa con medios motores, sino con el trabajo de los obreros de la obra, los que enfermaban debido a lo malsano del ambiente el que debieron sufrir durante años, con fríos intensos en los inviernos y extremoso calor en verano. Terminados los cimientos, necesitó talar cientos de árboles, la mayor de ellos mezquites, por abundantes en la región –excesivamente duros para cortar y aserruchar-, los que sirvieron para realizar los andamios con los cuales decenas de trabajadores poco a poco fueron levantando los muros que, con más de doce metros de altura comenzaron a limitar el espacio interior ante el asombro de los pobladores de Irapuato quienes observaban –como las catedrales góticas en Europa, las románicas, los grandes monasterios benedictinos, los cistercienses y demás, las renacentistas, la Basílica de san Pedro en Roma, la de Nuestra Señora de Guadalupe en México-, cómo día con día la obra se elevaba hacia el cielo en pos de Dios y a su Mayor Gloria por quien se construía la obra finalmente. Los andamios poco a poco fueron armados peligrosamente; muertos y heridos desgraciadamente se dieron. Al terminar los muros, los andamios, parte, fueron bajados y colocados para su armado en el interior de la obra. Pasaron a construir la bóveda de cañón corrido con alturas que llegaron a sobrepasar los doce o quince metros de altura. Terminada, se dieron dos pasos gigantes y extremadamente difíciles, pero monumentales al final: la construcción de la cúpula y la maravilla de torre. La cúpula original era en forma de media esfera o media naranja la que, terminada, a principios del siglo XX cayó, seguramente por algún fuerte temblor, la que luego fue construida en forma oval como se aprecia actualmente y con cinchos exteriores de fierro para evitar los esfuerzos que de ella pudieran afectar los muros y pechinas y muros en los que se apoya. La maravilla de torre, quizás con más de cuarenta o cincuenta metros de altura es una obra constructiva notable pues, sigamos imaginando, el trabajo y esfuerzos colosales para, primero, armar el andamiaje hasta esa altura y, enseguida, subir el material, cantera labrada aparente, para su armado y colocación. El primer cuerpo de ella se terminó, no así el segundo el que fue construido, seguramente a principios del siglo XX, con tabique de barro recocido y aplanado, luego pintado en color blanco durante las obras del Plan Guanajuato realizadas en Irapuato entre los años de 1961 y 1967. La aguja se construyó con lámina de fierro y la cruz que remata a la torre de fierro en filigrana. Por cierto, durante las obras de la Plaza de los Fundadores que realicé entre los años de 1984 y 1985, debido a los dos fuertes temblores que se dieron los días 18 y 19 de septiembre, la aguja y la cruz sufrieron desperfectos los que arreglamos por medio del valor del Arquitecto Héctor Manuel Villanueva –ECA-, el que subió con un par de albañiles para restaurarla. Debido a los mismos sismos, la bóveda del sotocoro y la clave central de la puerta mayor de la actual catedral sufrieron serios y peligrosos desperfectos los que logramos arreglar cuando era encargado de la parroquia el Señor Cura don Magdaleno Olvera Salazar de muy grata memoria. Esta obra increíble se construyó en únicamente treinta años.
Termino por ahora. Debido a la importancia de esta construcción y de la vida del Padre Don Juan López de Aguirre (un verdadero personaje nativo de Irapuato y prácticamente desconocido, al que debemos honrar), continuaré en mi próximo trabajo de información histórica con el final de esta construcción y comentando sobre estas fiestas que vivimos: las posadas, la Noche Buena, Navidad, Año Nuevo y otras más. Hasta el próximo trabajo.
