Para Lisa, Sandra, Ana y María (cuatro niñas indígenas de Chiapas) la escuela no existe, tampoco unos papás que las cuiden durante el día. Pasan horas pidiendo monedas, un taco o un pedazo de pan en avenidas de León, mientras que sus tías Prudencia y María Rodríguez salen a vender chicles en los cruceros.

Con unas pelotas de goma intentan hacer malabares en los cruceros para que los automovilistas les regalen una moneda. Lisa, la mayor del grupo, tiene más practica en este oficio, por eso las más pequeñas extienden las manos entre las ventanas de los vehículos.

En un pequeño cuarto de la calle Judea de la colonia San Felipe de Jesús llegaron a vivir a finales de octubre pasado las menores que tienen entre 5 y 10 años. Originarias de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, antes ya habían estado en Puebla, Monterrey y Guadalajara.

Prudencia asegura que los papás de estas niñas fallecieron hace año y medio, la mamá por complicaciones en el parto y el papá por alcoholismo, desde entonces se hace cargo de ellas, aunque reconoce que durante el día viven en la calle.

En la esquina conformada por el bulevar Vicente Valtierra y la calle Sión pasan más de 12 horas entre automóviles, camiones urbanos, motos y bicicletas; ningún familiar está al pendiente de las niñas, aunque sí algunos comerciantes que las vigilan y se preocupan por ellas.

Por unos minutos Lisa hace una pausa en su labor de malabares, se sienta en el escalón de un comercio de aparatos electrónicos para platicar con su hermana Ana, la más pequeña del grupo; mientras que Sandra y María se brincan la avenida para pedir monedas entre los coches que hicieron alto. 

Una mujer se acerca y les da unas monedas, les pregunta dónde están sus padres, las niñas sólo sonríen pero no contestan nada.

Sandra se arrima al grupo y le dice algo a Lisa en su lengua natal y después corre nuevamente a pedir dinero.

Otra persona llega con unas paletas de hielo, se las entrega a Lisa y ella las reparte. Ana devora rápidamente el helado mientras unas gotas caen de su boca y manchan su ropa.

Sandra y María visten con el vestido tradicional de su lugar de origen, Lisa un pantalón de mezclilla y una blusita con figuras de calaveras, mientras que Ana se abriga con una pijama de Blanca Nieves.

Las tres niñas más grandes cargan morralitos donde van guardando el dinero que les da la gente. Por unos instantes comienzan a sacar las monedas para contarlas y luego las vuelven a regresar a la bolsa; sus rostro denotan alegría porque al parecer ya juntaron bastante.

Una pequeña con uniforme escolar pasa frente a las niñas y las observa. Por unos instantes las menores indígenas se quedan viendo a la estudiante que carga una mochila con la imagen de Pepa Pig, quien les sonríe y se retira.

Un día antes, el martes 31 de octubre, las niñas convivían después de terminar su jornada cuando un drogadicto que deambula por las calles de San Felipe de Jesús se les acercó; pero fueron alertadas por una comerciante de la zona para que se separaran del hombre.

“Las dejan a las ocho de la mañana y no las recogen hasta las nueve de la noche, andan con dos mujeres pero no las cuidan, nomás las dejan aquí y se van, no les traen de comer, no las asean, todo el día están solas”, comentó una comerciante del crucero.

El inmueble marcado con el 603 de la calle Judea es una pequeña vecindad donde se rentan cuartos, en una habitación de la planta alta viven las cuatro niñas con sus tías y otros cuatro menores; uno de ellos ya tiene 17 años.

“Nos venimos para acá porque nos dijeron que aquí en León es muy bonito todo, no sabíamos que fuera peligroso para los niños, pero sólo los dejamos un rato porque nos dijeron que les daban dulces en estos días de fiesta, pero sí van a la escuela nomás que ya tienen vacaciones”, mencionó Prudencia, originaria de Chenalhó, Chiapas.

¿Como es que dice usted que sí estudian, si las niñas están todo el día en la calle? Preguntó am a María Rodríguez.

“Pues es que ahorita nos los trajimos porque están de vacaciones allá en San Cristóbal”, respondió la mujer que no recordó el nombre de la escuela a donde presuntamente acuden sus sobrinos.

La venta de chicles es la actividad que realizan los indígenas chiapanecos en León y de acuerdo a vecinos, cada dos o tres meses aproximadamente viajan a sus lugares de origen para visitar a sus familiares y al regresar traen nuevos niños que luego los llevan a las calles para mendigar entre los vehículos.

“Unos meses antes de que inicia la Feria de León empiezan a llegar, veo que traen muchos niños; es un negocio muy bueno para estas personas porque los dejan en distintos cruceros y durante el día se llevan las bolsas de monedas y hasta billetes”, aseguró Eduardo Méndez, comerciante ambulante de tacos.

En las calles de San Felipe de Jesús es común ver grupos de indígenas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero los últimos meses del año; en la zona hay fincas donde les rentan cuartos para pasar las noches, pues la mayor parte del día viven en las calles pidiendo dinero, como las pequeñas Lisa, Sandra, Ana y María.

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