Dos semanas después de unas elecciones presidenciales que podrían haberlo impulsado a la dirección de la NASA, John Grunsfeld estiró el brazo sobre su curry de cacahuate, en un pequeño restaurante, en el extremo oeste de Manhattan, agarró mi libreta y bosquejó un plan para un viaje a Marte.
Grunsfeld, astrónomo, astronauta y exadministrador adjunto de la NASA, estaba en la ciudad para promover una serie de National Geographic TV sobre la exploración marciana. Tenía en la camisa imágenes de un transbordador espacial y del telescopio espacial Hubble.
A últimas fechas, pareciera que hemos tenido una especie de momento de Marte. El público llenó los cines el año pasado para ver a Matt Damon en “The Martian”. Personalidades tan diversas como el presidente Barack Obama y Elon Musk han declarado que el planeta rojo será el siguiente destino.
En días previos a las elecciones, dijo Grunsfeld, en la NASA se pensaba en una misión a Marte para alistarse para la transición. Se rumoreaba que él aparecía en la lista para manejar al organismo espacial en caso de que hubiese ganado Hillary Clinton.
“La NASA nunca tuvo a un científico como administrador; tú y yo nos habríamos divertido”, comentó.
Ahora, nadie sabe a dónde irán los cohetes de la NASA en sus pilares bíblicos de humo. La única mención que hizo Trump del programa espacial durante su campaña fue para decirle a un niño que primero hay que arreglar los baches en la Tierra.
Sin embargo, también hizo la promesa en su campaña de “volver a hacer que Estados Unidos sea grande” y se puede decir que no hay nada en la historia reciente que diga eso con más claridad que los alunizajes Apollo.
Eso ha hecho que aficionados al espacio esperen Trump ponga el peso detrás de otra gran aventura en el espacio, más probablemente, un regreso a la luna para siempre.
Sólo dudas
Al mismo tiempo, no hay ninguna evidencia de que el Congreso le daría a la NASA más dinero del que ya está recibiendo para que lleve a cabo estas aventuras. Los baches, la progresión militar al alza y los recortes fiscales de Trump, hacen señas.
A principios de diciembre, Christopher Shank, el primer miembro del “equipo de aterrizaje” de la transición de Trump, el director de políticas del Comité sobre la Ciencia, el Espacio y la Tecnología de la Cámara de Representantes, y ex miembro de la NASA, llegó a sus oficinas centrales para empezar a evaluar a la energía. No respondió a una solicitud para una entrevista, ni nadie más en el equipo, que ahora consta de siete personas, ha comentado públicamente.
Hasta la gente dentro de la NASA ha tenido que a las escasas pistas esparcidas por Trump y los republicanos en los campos espacial y científico en 2016.
En un discurso en Washington, Bob Walker, ex legislador que asesoró al equipo de campaña de Trump sobre el espacio, reiteró su deseo de que la NASA se concentre en la ciencia básica y la exploración, y subcontrate la investigación del clima, a la que se ha referido como “ciencia politizada” con otros organismos, como la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica. Es una idea que los climatólogos alarmados consideran que es ingenua o cínica.
Walker también dijo que el vicepresidente electo, Mike Pence, presidiría al restaurado Consejo Nacional Espacial, al que se utilizó por última vez en el gobierno de George W. Bush, para supervisar y coordinar esfuerzos espaciales civiles y militares.
Una de sus funciones sería decidir cuánto dependería la NASA de emprendedores espaciales comerciales, como Elon Musk y Jeff Bezos, para asumir la carga de cohetes.
En el verano, muchas de estas persona internas, incluido Michael Griffin, un exadministrador de la NASA, se reunieron en torno al televisor en casa de Shank para vitorear a Eileen Collins, la primera mujer en comandar una misión del trasbordador espacial, cuando habló en la Convención Nacional Republicana. Al denunciar lo que ella vio como falta de liderazgo estadounidense, al menos respecto a vuelos espaciales con humanos; notó que pasaron cinco años desde que se lanzó al espacio a un estadounidense desde EU.
“Somos un país de exploradores”, declaró. “Los países que lideran en los confines, lideran en el mundo.
“Desde que John Glenn orbitó la Tierra en 1962, el programa espacial estadounidense avanzó con dificultad por una serie de afortunados inicios y paradas. Los estadounidenses alunizaron en la luna en 1969 y la abandonaron en 1972. Construimos el transbordador espacial y, luego, lo retiramos, nos embarcamos en el programa Constellation para regresar a la luna y luego lo cancelamos a favor de, eventualmente, ir a Marte. Se suponía que la Estación Espacial Internacional nos prepararía para los viajes en el espacio profundo, pero no hemos ido a ninguna parte.
Glenn murió la semana pasada, a la edad de 95 años. Al reflexionar sobre el prolongado arco de su vida y del programa espacial, Grunsfeld preguntó: ‘¿Qué tenemos para mostrar al respecto? ¿Estamos listos para otro giro hacia el espacio exterior, de regreso a la luna?’”.
Colonia lunar
Entre los asesores de Trump está Newt Gingrich, quien prometió una colonia lunar para el 2020 cuando se postuló para Presidente hace cuatro años, y bromeaba con que, algún día, presentaría su solicitud para tener el carácter de Estado.
En ese momento, muchos miraron hacia arriba, pero han cambiado los tiempos. Hace poco, Jeb Bush declaró que sería “genial”. Se dice que Europa, China y Rusia están ansiosas por establecer una base en la luna.
El congresista Jim Bridenstine, de quien se rumoraba que buscaba ser el administrador de la NASA, dijo en un discurso reciente: “Éste es nuestro momento Sputnik. Estados Unidos debe, por siempre, ser el País preeminente en la exploración espacial y la luna es nuestro camino para serlo”.
Entre los atractivos de una base lunar, dicen sus defensores, estaría la capacidad para extraer hielo de los polos lunares para producir combustible para los cohetes.
Podría ser la madre de todos los proyecto de infraestructura, quizá una idea atractiva para los instintos desarrolladores de Trump, con lo que, en efecto, se pavimentaría la carretera a Marte y más allá.
“La luna es un buen lugar para visitar, pero no para vivir allí”, dijo Grunsfeld.
Sin embargo, podemos ir a Marte sin alterar demasiado el presupuesto de la NASA, afirmó Grunsfeld, tomando mi libreta. Primero, dibujó una línea de cohetes.
Sin el gigantesco cohete secundario de carga pesada, se ensambla una nave espacial par ir a Marte en órbita, usando cohetes como el Atlas o el Delta, que ya tenemos.
Supongamos que se requieren 10 lanzamientos para subir todas las piezas, dijo. A 350 millones de dólares cada uno, el total es de 3 mil 500 millones de dólares.
Se agregan otros 500 millones de dólares para lanzar a la tripulación, lo cual hace un gran total de 4 mil millones de dólares.
Si los segmentos de la nave cuestan mil millones de dólares cada uno, la nave completa para Marte es de 14 mil millones.
Hay que hacer dos, para ir sobre seguro.
“Por 4 mil millones de dólares al año, por siete años, tienes una nave espacial marciana que incluye una extra”, dijo.
Ésa es la cantidad anual que gasta hoy la NASA en la estación espacial, la cual estará disponible algún día para ir a algún lugar.
Solo podrían viajar alrededor de Marte, sin aterrizar. Sin embargo, seguiría siendo un viaje histórico, la versión interplanetaria del viaje navideño del Apollo 8 alrededor de la luna en 1968, que establecería las condiciones para lo venidero, si la gente va a vivir alguna vez fuera del planeta.
Alguien debería hacerlo. Todo ese dinero se gastaría aquí, en cosas que decimos que nos importan, como la ciencia, el desarrollo tecnológico y la educación.
Le pregunté cuánto tiempo se llevaría. Siete a 10 años, me envió en un mensaje de texto después. “En el momento en que alguien decida empezar”.
