El mes pasado, la Cámara de Representantes de Utah, liderada por republicanos, se convirtió en el primer cuerpo legislativo en los Estados Unidos en aprobar una resolución que declara la pornografía “una amenaza a la salud pública que conduce a un amplio espectro de impactos a la salud pública e individual y a daño a la sociedad”. 

La reacción liberal criticó la medida como moralina, conservadora y un tanto anticuada, con el Daily Beast llamándola “hipócrita” y “corta de vista”. 

“La ciencia simplemente no está ahí”, escribió Rewire, un diario en línea dedicado a dispersar “falsedades y desinformación”.

El asunto es, sin importar lo que pienses de la pornografía (si es dañina o una fantasía inocua), que la ciencia está ahí. 

Tras 40 años de investigación realizada por expertos, los eruditos pueden decir con confianza que la pornografía es un producto industrial que moldea cómo pensamos sobre género, sexualidad, relaciones, intimidad, violencia sexual e igualdad de género… para mal. 

Al tomar un punto de vista de la pornografía enfocado a la salud y reconocer su impacto de radiación, no solamente en consumidores sino también en la sociedad en general, la resolución de Utah simplemente refleja la última investigación.

Las estadísticas del uso de la pornografía hoy son impactantes. Un encabezado del Huffington Post anunciaba en 2013: “los sitios porno tienen más visitantes cada mes que Netflix, Amazon y Twitter combinados”; y uno de los mayores sitios porno gratuito en el mundo, YouPorn, trasmitía seis veces el ancho de banda de Hulu en 2013. 

Pornhub, otro importante sitio gratuito de pornografía, alardeó de que en 2015 recibió 21 mil 200 millones de visitas y “transmitió 75 GB de datos por segundo, lo que se traduce en suficiente pornografía para llenar el almacenamiento de alrededor de 175 millones de iPhones de 16 GB”.

Extensa investigación científica revela que la exposición a la pornografía y su consumo amenazan la salud social, emocional y física de individuos, familias y comunidades, y resalta el grado en que el porno es una crisis de salud pública más que un asunto privado. 

Pero tal y como la industria del tabaco argumentó durante décadas que no había prueba de una conexión entre fumar y el cáncer de pulmón, ahora, también, la industria del porno, con ayuda de una maquinaria de relaciones públicas bien aceitada, ha negado la existencia de investigación empírica sobre el impacto de sus productos.

Usando un amplio rango de metodologías, investigadores de varias disciplinas han mostrado que mirar pornografía se asocia con resultados perjudiciales. 

En un estudio entre hombres universitarios de Estados Unidos, los investigadores encontraron que 83% informó haber visto pornografía convencional, y que aquellos que lo hicieron eran más propensos a decir que cometerían violación o asalto sexual (de saber que no serían atrapados), que hombres que no habían visto porno en los últimos 12 meses. 

El estudio también halló que los consumidores eran menos propensos a intervenir si observaban un asalto sexual en curso. 

En otro estudio entre adolescentes a través del sureste de Estados Unidos, 66% de chicos reportó haber consumido porno el año anterior. Dicha exposición temprana al porno estaba correlacionada con la perpetración de acoso sexual dos años más tarde. Un metaanálisis reciente de 22 estudios realizados entre 1978 y 2014 en siete distintos países, concluyó que el consumo de pornografía está asociado con una probabilidad mayor de cometer actos de agresión sexual física o verbal, sin importar la edad. Un metaanálisis de 2010 de diversos estudios encontró “una significativa asociación positiva global entre el uso de pornografía y actitudes que apoyan la violencia contra la mujer”.

Un estudio de 2012 de mujeres universitarias con parejas masculinas que usaban pornografía concluyó que las jóvenes mujeres sufrían de autoestima disminuida, mala calidad en la relación y satisfacción sexual correlacionadas con el uso de pornografía entre sus compañeros. 

Mientras tanto, otro estudio de 2004 encontró que la exposición a contenidos sexuales filmados acelera profundamente la iniciación de los adolescentes al comportamiento sexual: “La magnitud de tal efecto ajustado del coito era tal que en los jóvenes en el 90% de ver sexo en la TV tenían una probabilidad predicha de iniciación en el coito [en el año subsecuente] que era aproximadamente el doble que en los jóvenes del 10%”. 

Por supuesto: todos estos estudios fueron publicados en revistas especializadas.

 

Ya es en la práctica ‘educación sexual’

Ya que mucho porno es gratuito y sin filtros en la mayoría de los dispositivos digitales, la edad promedio del primer vistazo al porno es estimada por algunos investigadores en 11 años. 

Y ante la ausencia de un currículo comprensivo de educación sexual en muchas escuelas, la pornografía se ha vuelto de facto educación sexual para la juventud. 

¿Qué están viendo estos niños? Si tienes en mente una página central de Playboy con una mujer desnuda sonriendo en un maizal, piensa de nuevo. Mientras la revistas de señoritas “con clase”, como Playboy, dispensan los desnudos ‘softcore’ de antaño, la pornografía gratuita y ampliamente disponible a menudo es violenta, degradante y extrema.

En un análisis de contenido de los filmes porno más vendidos y más rentados, los investigadores encontraron que 88% de las escenas analizadas contenía agresión física, generalmente tundas, amordazamiento, sofocamiento o bofetadas. La agresión verbal ocurría en 49% de las escenas, más a menudo en la forma de llamar a la mujer “perra” y “puta”. 

Los hombres perpetraron el 70% de los actos agresivos, mientras las mujeres eran los objetivos el 94% del tiempo. 

Es difícil llevar la cuenta de todo el porno amateur y “gonzo” (en primera persona) disponible en línea, pero ésta es la razón para creer que el porno comprado y rentado en el análisis refleja ampliamente el contenido de los sitios porno gratuitos. 

Como puntualiza la investigadora Shira Tarrant: “los sitios de video son agregadores de un montón de distintos hipervínculos y clips, y que a menudo son pirateados o robados”. Así, el porno producido para venta es ofrecido gratis.

Los protagonistas que componen la industria porno también están en riesgo, en formas que les afectan tanto como a miembros de un público más amplio. 

Aparte de las frecuentes reclamaciones de violencia sexual y acoso, los sets de filmación a menudo están inundados de infecciones sexualmente transmisibles. 

En el estudio de 2012 que examinó a 168 protagonistas de la industria sexual (67% mujeres y 33% hombres), 28% sufrían de una de 96 infecciones. 

Aún más problemático, de acuerdo con los autores, era que los protocolos de la industria infradiagnosticaron significativamente las infecciones: 95% de infecciones de boca y garganta, y 91% de infecciones rectales, eran asintomáticas, las cuales, argumentan los autores, las hacían más propensas a ser transmitidas a compañeros dentro y fuera de la industria sexual. 

Desde que miembros de la industria han protestado proponiendo medidas de seguridad que requieren uso de condones y otros profilácticos, legislar para proteger a esos actores ha probado ser desafiante. 

Más allá de la industria porno, los legisladores han comenzado a responder a otro género de pornografía que está proliferando rápidamente en la Red: “pornografía de venganza”, en la cual perpetradores fabrican y diseminan en línea fotos sexualmente explícitas de sus víctimas (a menudo ex novias) sin su consentimiento. 

Como era de esperarse, la pornografía de venganza ha estado vinculada a varios suicidios y ha sido usada para chantajear y explotar sexualmente a menores. 

Conforme la evidencia se apila, una coalición de académicos, profesionales de la salud, educadores, activistas feministas y cuidadores han decidido que ya no pueden permitir que la industria porno secuestre el bien físico y emocional de nuestra cultura.

 Esto significa entender que el porno es problema de todos. Culture Reframed, una organización que fundé y que actualmente presido, es pionera en una estrategia para hacer frente a la pornografía como una crisis de salud pública de la era digital. 

Estamos desarrollando programas educativos para padres, jóvenes y un rango de profesionales que desean ayudar a cambiar la cultura: de una que normaliza una sexualidad pornográfica, basada en la opresión; a una que valora y promueve una sexualidad con raíces en la intimidad saludable, cuidado mutuo y respeto.

Padres y educadores en todos los niveles deben saber que si la pornografía no es discutida en un currículo de salud sexual apropiado a la edad y basado en investigación, sus efectos se mostrarán como acoso sexual, citas violentas y “pornografía infantil” inadvertida en los teléfonos de los estudiantes.

 La pornografía puede causar problemas para toda la vida si la gente joven no es enseñada a distinguir entre el sexo pornográfico explotador, y el sexo seguro, saludable. 

Como muestra la investigación, el porno no es meramente una molestia moral y sujeto para debates de guerra a la cultura. Es una amenaza a nuestra salud pública.

*Gail Dines, profesora de Sociología en Wheelock College en Boston, es la autora de “Pornolandia: cómo la pornografía ha secuestrado nuestra sexualidad”.

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