Cuando entré al taller mecánico para recoger mi motocicleta, me di cuenta que el lugar estaba destruido. Piezas promocionales se mantenían dispersas aleatoriamente por las paredes. Los ventiladores zumbaban arrumbados en las esquinas. Los escombros permanecían desparramados por todo el suelo. Todo ese desastre era la evidencia de la inundación provocada por el día más lluvioso de Diciembre en Portland, Oregon.

Alguien salió de una cochera adyacente y me preguntó si podía ayudarme. Tenía un aspecto exhausto.

“Vengo a recoger mi Bonneville”, le dije.

Asintió, “Perdona el desastre, estuvimos debajo del agua hace algunos días”, me dijo.

Mientras esperaba a que me trajera mi motocicleta, no pude evitar fijarme en todas las marcas en las paredes que denotaban la ausencia de cosas, lugares donde solía haber algo.

Así ha sido mi vida durante las últimas semanas: buscando en la lista de contactos favoritos donde solía haber tres y ahora sólo dos; viendo las manchas en la pared del pegamento que detenía las fotos de nosotros; tocando el lugar de mi buró donde solía guardar sus cartas.

Sin embargo, mi Triumph Bonneville es el recordatorio más agudo. No la había manejado desde que terminé con mi pareja. Siempre que la veía estacionada, acumulando hojas amarillas, pensaba en el verano glorioso que pasamos juntos, manejando 9,000 km por todo el país, cada uno en su propia Triumphs.

Después de un año de duro trabajo, visitas no lo suficientemente largas y llamadas a larga distancia, decidimos planear una aventura. Tomamos el camino largo: cinco semanas, 15 estados y un tramo de Canadá. Pensé que era la primera de muchas proezas, pero pocos meses después resultó ser la última.

Cuando comencé a manejar una moto, hace siete años a la edad de 21, la motocicleta significaba independencia. Y cuando encontré a una pareja con quien manejarla, comencé a disfrutar del beneficio adicional que fue la amistad y la colaboración. Pero, después de que cortamos, evité caminar cerca de la Bonneville, desviándome del camino para no verla, ahí, esperándome y viéndome con su linterna blanca.

Eventualmente, tuve que mover la moto para darle espacio a la máquina barredora, fue cuando me di cuenta que alguien había arrancado un cable y robado la tapa de la toma de corriente. Por mucho que quería continuar ignorándola, la motocicleta tenía que ir a algún lado, por lo que la remolqué al taller. Algunos días después, un amigo me llevó para poder manejarla de regreso a casa.

Cuatro empleados diferentes se disculparon por el desastre mientras pasaban mi tarjeta de crédito, mencionaron el trabajo que le hicieron a la moto y me recomendaron manejar con cuidado en las calles resbalosas. Parecían avergonzados por el estado de las cosas, como si las paredes vacías, la basura desparramada y el suelo enlodado fuesen su culpa.

Quería decirles que esto era culpa de nadie. De todos modos, culparse o culpar a otros (merecido o no), es lo que hacemos cuando las cosas salen mal. Culpar al clima o las circunstancias no es satisfactorio, incluso cuando es justo. Me mantuve en silencio y vi como volvían a acomodar todo.

En el momento que me subí en la Bonneville seguía lloviendo. Recordé todas las noches que él y yo pasamos empapados y apretados en la tienda de campaña. Todas las peripecias que soportamos manejando durante el verano. Hubo lluvia en Canadá, tormentas en South Dakota, granizo en Wyoming, calor insoportable en Arizona, niebla en California y humo en Oregon.

Recordé todas las mañanas que pasamos empacando nuestras cosas, las fogatas que hicimos, las vueltas equivocadas y las correctas. Recordé los problemas mecánicos, las llantas lisas y las heridas. Recordé como nos besábamos en la gasolinera, como nos peleábamos en la gasolinera, las recargas de agua y comer carne seca en la gasolinera. Recordé lo reconfortante que se sentía ver su foco delantero brillando en mi retrovisor, un faro amarillo abriendo paso por entre el mal clima.

Hoy, no había nadie manejando detrás de mi, sólo un cielo gris, llenando el vacío donde debería de haber luz. Me dirigí al centro de la ciudad. Mientras rodaba, la lluvia caía cada vez más fuerte, empapando mis guantes y rodillas, bajando por mis piernas y entrando en mis botas.

El único ruido que competía con el sonido hueco de la lluvia era el sonido de mi motor. me recordó lo reconfortante, lo familiar que era ese sonido. No me había dado cuenta lo mucho que lo extrañaba.

El tráfico creció, la lluvia disminuyó y el sonido del motor se mantuvo constante. Mientras me deslizaba por la línea punteada amarilla en el puente Morrison y dentro del centro, sentí el poder que me atrajo a las motocicletas en el comienzo.

Aprendí a manejar cuando buscaba darle un sentido a cómo quería que fuese mi vida. Mi primer amor, en una relación diferente, había acabado recientemente, y la ausencia de esa compañía casi me come entera. Sin embargo, algo dentro de ese vacío me llamó hacia las motocicletas y yo respondí.

Muchas mujeres que manejan motocicletas comenzaron para poder compartir algo especial junto con las personas en sus vidas que ya las manejaban. Creo que es algo hermoso, pero no era ese mi caso.

Entré al mundo de las motos porque me sentía más sola que nunca: estaba sola e inmadura y en medio de una crisis con trastornos psíquicos. Quería renovarme, un nuevo “yo” que no dependiera de otra persona. Por mucho tiempo, las motocicletas se volvieron esa renovación.

Cuando compré mi primera moto, comencé el proceso de volverme independiente, poderosa y comprometida con el mundo que me rodeaba. Es un trabajo duro que siempre valoraré. Pero este verano, estaba lista para aprender cosas nuevas: como encontrar el ritmo con otra persona; compartir mi atención, energía y espacio; y como estar enamorada sin perder la pista de donde comencé.

Seis meses después, hay más enseñanzas en mi plato. Cosas que prefería no aprender: cómo des-enamorarme, cómo llenar las horas, y a quién llamar cuando algo increíble pasa… o algo terrible.

Mientras luchaba contra el clima y la hora pico, mis pensamientos seguían en el taller mecánico: la ruina, las goteras en la madera, los papeles del archivero puestos a secar sobre una mesa plegable. El material de limpieza, los ventiladores, la evidencia de la restauración.

Sé que esta marcha va en contra del caos. Sé que esta lucha va en contra de los elementos. Hubo momentos en las últimas semanas que creí que no me sentiría completa otra vez. ¿Cuánto tiempo toma el sanar? La respuesta: más de lo que quisiera.

Cuando llegué a mi vecindario, estaba empapada, mis manos estaban entumidas, el cuello de mi camisa estaba frío y mojado. En vez de estacionar mi Bonneville en la esquina, donde no tendría que verla cada vez que salía a caminar, la estacioné en frente de mi edificio, donde la vería todos los días y me sentiría triste.

Me recordará lo bien que se sintió abrirme a otra persona, el saber, finalmente, dónde estaba mi hogar, y después, cómo se sintió acabar con esa sensación de seguridad y sentirme a la deriva otra vez. Me recordará que cuando comencé a manejarla, quería creer en la persona que soy; deseaba encontrar la manera y lo hice.

Me recordará las nuevas aventuras que me esperan en el siguiente verano: manejar y cruzar los Alpes con un grupo de valientes mujeres, con el mote “Las Salvajes” pintado en nuestros cascos y cocido en nuestras chamarras. Veré a esa hermosa máquina y sabré que aunque duela manejarla por un tiempo, la manejaré de todas formas.

Esta no es la parte de la historia en donde la mujer supera sus retos y es recompensada con un amor nuevo. No es la parte donde seca sus miedos y supera su dolor. Esta es la parte donde las nubes se separan brevemente para mostrar la promesa de luz. Cuando la superación comienza a parecer algo posible pero que todavía no se realiza.

No es la parte feliz de la historia, pero está bien. Esta historia aún no ha acabado.

 

Traducción: Maricarmen Arena Domínguez

 

 

 

FRASES

 

Muchas mujeres que manejan motocicletas comenzaron para poder compartir algo especial junto con las personas en sus vidas que ya las manejaban. Creo que es algo hermoso, pero no era ese mi caso.

 

 

 

Hubo momentos en las últimas semanas que creí que no me sentiría completa otra vez. ¿Cuánto tiempo toma el sanar? La respuesta: más de lo que quisiera.

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