En los suburbios al oeste de Buenos Aires, en el barrio de Ituzaingó, miembros de la familia del Papa Francisco no salen de su asombro por tener a un Sumo Pontífice como pariente.
“No hay palabras para explicarlo; desde la fe, menos. Es algo que se siente adentro. Tener un hermano Papa es una bendición de Dios”, dijo a la prensa María Elena Bergoglio, su hermana de 65 años, quien todavía no había logrado hablar con él por teléfono desde el Vaticano.
“Lo poco que vi en su cara por televisión era una expresión de plenitud. Ojalá que tenga fuerzas. Me genera un gran orgullo, que tenemos todos como pueblo argentino”, agregó la ama de casa.
Resaltó que desde el cónclave de 2005, cuando el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio fue el segundo más votado para suceder a Juan Pablo II después de Joseph Ratzinger, su hermano le manifestó que no buscaba el papado.
“No quería ser Papa. Nunca profundizó en los motivos y no sé qué fue lo que cambió ahora”, aclaró.
A su lado, su hijo mayor, Jorge Bergoglio, quien es sobrino y ahijado del Pontífice, indicó a Reforma que siente una mezcla de sorpresa, alegría y tristeza porque sabe que no lo verá tan seguido.
“Fue él quien me enseñó mis primeras malas palabras cuando empecé a hablar y me hacía decir cosas picarescas delante de otros familiares. Siempre tuvo mucho humor”, subrayó.
Las normalmente tranquilas calles del barrio de Flores, en el corazón de Buenos Aires, eran ayer un hervidero de gente que quería conocer el lugar donde se crió el nuevo Pontífice.
Curiosos porteños caminaban por la arbolada calle Membrillar intentando identificar la casa donde Bergoglio pasó su infancia y adolescencia para tomarse fotos, mientras cientos de periodistas de todo el mundo buscaban vecinos para entrevistar.
En esta Buenos Aires envuelta en un cálido Sol otoñal, ayer no se hablaba de otra cosa que no fuera el Papa argentino.
“Es una emoción impresionante. Se me eriza la piel de pensar que el Sumo Pontífice de la Iglesia católica vivió pared de por medio con mi casa”, señaló a Reforma la vecina María Iglesias, una podóloga de 69 años.
“Bergoglio es una persona increíble para estos tiempos que vivimos. Es decente, humilde y se preocupa por la gente que más necesita”, aseguró confiada.
Con ella coincidió, a pocas cuadras de allí, el Padre Gabriel Marronetti, de 46 años, Párroco de la Basílica de San José de Flores, sobre la avenida Rivadavia.
“Bergoglio quiere una Iglesia humilde, comprometida con los pobres, no de estilo protocolar, sino pastoral, que siga el camino marcado por Jesús”, afirmó.
Fue en esta misma basílica románica que Bergoglio, a los 17 años, encontró su vocación sacerdotal.
“Era el Día de la Primavera y entró a confesarse con unos amigos. Él dice que Dios lo estaba esperando”, contó.
Bergoglio demoraría cuatro años más en entrar al Seminario de Villa Devoto, pero siempre recuerda ese momento. Y tal vez por eso, según reveló Marronetti, le gustaba escaparse de la Catedral Metropolitana, en el Centro, para orar tranquilo en Flores.
Metió Bergoglio en problemas a amiga
Una mujer argentina que de niña era vecina del ahora Papa Francisco dijo que ella fue brevemente el objeto de su afecto cuando tenían sólo 12 años.
Amalia Damonte ahora tiene 76 años, igual que el Pontífice, y todavía vive en una casa a sólo cuatro puertas de donde creció Jorge Mario Bergoglio en el barrio de Flores de Buenos Aires.
Ella dice que desde el principio estaba claro que él estaba pensando en dedicar su vida a Dios.
Damonte recuerda en especial una carta escrita a mano que él le entregó, porque la metió en muchos problemas en esa época.
“Recuerdo perfectamente que hizo un dibujo donde aparecía una casa que tenía el techo rojo, era blanca y abajo decía: ‘Esta es la casita que te voy a comprar cuando nos casemos’’’.
“Si no me caso con vos, me hago Cura”, agregó Bergoglio, según recuerda la mujer, quien está casada y tiene dos hijos.
La prensa argentina se ha deleitado con los recuerdos de Damonte sobre su antiguo vecino y la han llamado “La novia del Papa”.
Pero Damonte dijo que “eran cosas de niños, nada más”. Sin embargo, agregó que sus estrictos padres se pusieron furiosos con la misiva.
“Mi mamá la rompió. Me fue a buscar a la escuela y dijo ‘¿conque andas recibiendo cartas de un niño?’’’.
Entonces sus padres hicieron todo lo que pudieron para mantenerlos separados.
La familia Bergoglio se mudó de la calle Membrillar hace décadas. Damonte también se cambió de casa, se casó y tuvo una familia, y apenas regresó a la vivienda de sus padres años después.
Ella siguió el ascenso de su ex vecino en la Iglesia, pero nunca trató de hablar con él otra vez.
El miércoles, cuando lo vio por televisión asomarse al balcón de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, a ella se le caían las lágrimas de la emoción.
‘Qué emoción, casi me desmayo’
“Ha sido una emoción inmensa, casi me desmayo”.
El miércoles por la noche, Daniela Bergoglio, 60 años, anestesista, estaba frente a la televisión en su casa de Turín. La pantalla estaba ocupada por el balcón de San Pedro.
Católica practicante, no imaginaba que aquel lejano primo que nació en Argentina y fue ordenado Cardenal tendría posibilidades para suceder a Benedicto XVI.
“Luego empecé a escuchar al Protodiácono proclamar los nombres: Jorge Mario y finalmente mi propio apellido”.
La felicidad se le nota en su sonrisa amplia y generosa, mientras sube por la colina donde nacieron sus tatarabuelos.
La colina que vigila el pueblo de Portacomaro, cerca de Asti, a unos 700 kilómetros al noroeste de San Pedro, se llama Bricco Bergoglio: la numerosa familia de origen del Papa Francisco la puebla, distribuida en un puñado de casas que se multiplicaban conforme crecían los hijos y nietos.
El pueblo es pequeño, aferrado a las colinas del Monferrato, y parece una miniatura: la fortaleza medieval, la farmacia, el bar situado en el Centro, el Ayuntamiento, la iglesia, un restaurante y una bodega. Todo se encuentra rodeado por campos, viñas y, al fondo, los Alpes nevados.
Los abuelos paternos del Papa dejaron la colina en 1929. Con ellos estaba su hijo Mario Giuseppe Francesco, que tenía entonces 24 años. Siete años más tarde sería padre de Jorge Mario. Los tres se trasladaron a Argentina, a Paraná, donde los tíos regentaban una empresa que asfaltaba carreteras.
Roberta Bergoglio es otra prima que vive en el pueblo. “No pensaba que Iorgue -pronuncian su nombre en italiano- estaba entre los papables. Ahora además de un familiar querido con el cual intercambiamos mails de vez en cuando, va a ser nuestro guía”, considera, recordando que el Pontífice se instalará en la silla de Pedro justo en el Día de San José.
Todo el pueblo se reunió en la placita central para celebrar a su vecino más celebre.
Mil 500 almas de “jubilados y agricultores”, tal y como los define Mario Rasero, 70 años. “Esta es una zona de éxodo, se han ido todos, hubo mucha pobreza”.
Su amigo Domenico, 78 años, está de acuerdo: “Pasé mi vida en Turín como obrero de Fiat, pero volví para disfrutar de la jubilación. Los orígenes son sagrados y es el único sitio donde podría descansar”, dice esperando que el Papa vaya pronto.
Mientras tanto, el Párroco Andrea Ferrero está llenando un autobús para bajar a Roma el domingo, cuando está previsto que el Papa rece el primer Ángelus.
Un cartel dice: “Francisco querido, Portacomaro está contigo”.
